Terence Lawrence (Mary) - Irlanda
03/07/1929 - 02/02/2018
Homilía para el funeral de la Hermana Terence Lawrence
Lunes, 5 febrero de 2018– P.Frank Garvey PP
El pasado Viernes hemos celebrado la fiesta de la Presentación del Señor, marcando ese día particular en la vida del niño Jesús, el día en el que fue presentado al temple según la costumbre judía. En el templo había dos personas ancianas y devotas, Ana y Simeón en oración y atentas a Dios, desde hacía muchos años, y se les concedió el privilegio de dar nombre al profundo significado de lo que estaba ocurriendo, a saber, la presentación de Jesús como la luz del mundo. Habían vivido para presenciar ese día tan especial. No nos sorprende que Simeón estuviera dispuesto a morir, feliz, dando expresión a su felicidad con esa linda oración conocida como el Nunc Dimitis:
“Y ahora, Señor, deja que tu siervo vaya en paz, según tu promesa;
porque mis ojos han visto la salvación,
que tú has preparado ante todas las naciones, luz para iluminar a los paganos y gloria de tu pueblo, Israel”.
Es la oración del Oficio Divino llamada Completas, que Terence habrá rezado miles de veces. ¡Qué oportuno que el Señor la haya llamado a Su casa justo en este día tan especial!
El viernes pasado era también la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Hoy rendimos homenaje a una mujer que tan generosamente consagró su vida como Hermana Marista durante 62 años. La suya fue una vida de servicio entregado y humilde, especialmente a su Familia Marista aquí en Carrick-on-Shannon, donde vivió y trabajó durante casi 52 años. Si tuviera que escribir un epitafio corto y adecuado para su vida, no podría hacerlo mejor que con nuestra segunda lectura:
“Trabajó incansablemente por el Señor y con gran magnanimidad de espíritu era una mujer de esperanza y siempre alegre.”
Una mujer cuya vida se vio plasmada por la oración y por su gran devoción a María. El Papa Francisco al escribir a los religiosos para la Jornada de la Vida Consagrada les habló de testimonio vital de la oración. Dijo y lo cito:
“Es un testimonio al misterio de la presencia de Dios entre nosotros. Es un testimonio al cuidado de Dios para con nosotros; Dios nos alcanza aunque sea por caminos escondidos y misteriosos. La vida religiosa no puede privatizarse; la oración de los religiosos es un servicio a toda la Iglesia y no puede quedar encerrada entre las cuatro paredes de sus casas”.
En su lindo compromiso con el grupo de Laicos Maristas durante muchos años, ayudó a muchos laicos y laicas a alimentar su vida de oración personal aquí en Carrick-on-Shannon. Por el ejemplo enseñó las muchas bendiciones que obtuvo por su devoción a María.
Mary Lawrence nació y creció en un lugar llamado Loughill, Cloonacool, Co. Sligo. Era la menor de los ocho hijos nacidos de Michael y de Julia Lawrence, y tenía seis hermanas y dos hermanos. Es la última superviviente de los miembros de su familia. Sus padres tuvieron un rol formativo y significativo en cómo la vida de Mary se fue desplegando en sus últimos años. Su padre, Michael, era un pequeño agricultor con una aptitud natural para crear todo tipo de instrumentos de madera, de los que la casa, y no solo, estaba repleta. Y así las semillas de los dones que la Hermana Terence fueron sembradas desde su más tierna infancia. A nadie sorprendió que su hermano mayor James quisiese ser carpintero. A su hermana poco mayor que ella le encantaba pasar muchas horas en compañía de su hermano carpintero, aprendiendo cómo utilizar los utensilios, aprendiendo cómo aplicarse a tareas prácticas. Su madre Julia era enfermera de la comunidad local, ayudaba los niños a nacer y se ocupaba de sus vecinos cuando se enfermaban. Y así la Hermana Terence fue aprendiendo cómo ser compasiva, cómo cuidar de los demás.
De joven, Mary Lawrence no solo tenía una mirada sana hacia la vida, sino que además siendo relativamente joven heredó los dones y las habilidades que le ayudaron a dar un valioso aporte siendo ella Hermana Marista. Cuando entró en la comunidad Marista en 1955, a los 26 años de edad, probablemente habrá sido considerada como una ‘vocación tardía’. Era una mujer pragmática, con los pies en el suelo, siguió además un curso de carpintería, tras haber aprendido mucho de lo mismo en su propia casa. Sus manualidades mantuvieron en muy buen estado toda la comunidad durante muchos años. No había necesidad de llamar a carpinteros, herreros, electricistas, plomeros: habiendo aprendido estos oficios desde pequeña, nada se le ponía por delante a la hora de proceder a un arreglo, esto formaba parte de su ADN. Creo que tenía mucho ojo para ‘regatear’ y a menudo compraba cosas de ‘segunda mano’, gastando muy poco. Sé de muy buena fuente que compró un trozo de madera de segunda mano que le costó solo 5 chelines, lo que hoy costaría más de cien euros.
Fue durante muchos años cocinera del convento y le llamaban con cariño ‘la monja en bicicleta’. Su bicicleta con la cesta de la compra delante la llevaba por toda la ciudad para las compras diarias. Era conocida por su gran sentido de la hospitalidad y nadie llamaba al convento y se iba sin haberse tomado una taza de té con algunas ‘golosinas’. Ese afán por la hospitalidad quedó intacto hasta el fin. Cuando P. Seamus fue a visitarla al hospital, el pasado viernes, su única preocupación fue: “¿Le han dado una taza de té?”. Su atención por los demás se extendía fuera de los muros del convento y solo el Señor y los que ella ayudó de muy distintas maneras saben de verdad lo mucho que hizo en favor de los desfavorecidos. Era una persona humilde, discreta, contenta de estar entre los bastidores, asegurando siempre que se descuidaran las cosas prácticas.
Su pasión por ocuparse del jardín era realmente legendaria y las hileras de flores que adornan el interior y el exterior del convento son testimonio de las muchas horas de duro trabajo – para ella ocuparse del jardín era sinónimo de un trabajo hecho con amor. Sabía en lo íntimo de su ser que la belleza de la naturaleza es un canto de alabanza a Dios.
Personalmente, he considerado siempre un honor haber conocido a la Hermana Terence en estos últimos diez años. Su profundo aprecio por la Eucaristía y las muchas veces che daba las gracias a los sacerdotes que celebraban con la comunidad Marista habla con creces de su persona y de su amabilidad. Su sonrisa radiante y mirada tan expresiva revelaban un corazón lleno de amor y un alma tierna que dejaba huella en todos los que se le acercaban. Esta breve visión de su vida nos ofrece una pálida idea de las muchas cualidades con que fue bendecida.
“Venid, benditos del Padre mío, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”.
Estamos seguros de que estas palabras de nuestro Evangelio han sido dirigidas ahora por el Señor a nuestra querida Hermana Terence.
Ar dheis Dégo raibh a hanam uasal dílis.
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