Colleen (Catherine Teresa) Morris - Estados Unidos
28/11/1927 - 23/03/2017
Colleen nació en St Paul, Minnesota, de madre irlandesa y de padre nacido en St Paul. Tenía solo a una hermana, Mary. En 1936, su madre que había migrado a Estados Unidos con su familia, llevó a sus dos hijas de visita a Irlanda. Europa vivía momentos intranquilos y el viaje tuvo sus riesgos. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial a la familia no se le permitió volver a Estados Unidos. Así que se quedaron en Irlanda donde las dos hijas completaron sus estudios primarios en Swinford. Cuando llegó el momento de acceder a la escuela secundaria, el tío sacerdote, Padre Tom Foy, eligió una escuela marista porque decía que con las Hermanas Maristas en Tubbercurry las niñas iban a tener una “buena educación e iban a aprender a portarse como unas damas.” Cuando la familia se encontraba todavía en Tubbercurry, a finales de marzo de 1944, la madre supo que podían volver a Estados Unidos en barco. En ese momento los Aliados se estaban disponiendo a invadir la parte de Europa ocupada por Alemania. La familia volvió en barco justo cuando los barcos alemanes seguían activos en el Océano Atlántico. El barco trató de adentrarse en las tormentas que encontraba por el camino para protegerse de los submarinos alemanes. Esto significó muchos mareos para Colleen y Mary, que no los olvidaron muy fácilmente. Pero a pesar de las aguas turbulentas, pudieron llegar sin peligro a Boston en abril de 1944 y de allí volvieron a St. Paul.
Pero Irlanda seguía viva en su sangre. Para Colleen es poco decir que se había enamorado de Irlanda, hay que decir que Irlanda se había enamorado de ella. Su tío, Padre Tom, otro tío y su tía con sus primos la animaron a que volviera a Irlanda para completar su educación. Y esto es lo que ocurrió. Volvió y se asentó en Irlanda, pero se fue a Inglaterra para terminar sus estudios de enfermera.
Se graduó de enfermera con sobresalientes y decidió alimentar la semilla que había nacido en su corazón en Tubbercurry muchos años antes para que floreciese, y en 1954 entró en el noviciado de las Hermanas Maristas en Carrick-on-Shannon. Después de la profesión en 1956, conocida como Hermana Mary Dolorita, fue a un orfelinato en Edmundston, Canadá donde se puso al servicio de los huérfanos cumpliendo con amor la tarea encomendada. En aquel tiempo se necesitaban maestras y más tarde estudió para serlo: fue directora y maestra en Thetford Mines, Quebec, Dearborn y en Eastpointe, MI y Wheeling WV. Empezó el programa de gerontología en el Madonna College, fue agente de pastoral en Chicago y en Detroit, y en su pre-jubilación trabajó como voluntaria en la parroquia y en el hospital, como capellán. Colleen tenía un don especial para ponerse al servicio de las personas confinadas en sus casas. Y hay que decir que no hizo solo esto.
Colleen quería mucho a su familia de la que heredó una profunda fe. Quería mucho a su única Hermana Mary y se trataba en realidad de un cariño recíproco. Mary se casó con Jim Gowan y tuvieron seis hijos. Jim se convirtió en el Hermano mayor de Colleen. Entre ella y todos los miembros de la familia Gowan se fue tejiendo un fuerte lazo de amor. Su casa era casa para Colleen.
Colleen era una mujer que cuidaba mucho el don de la vocación marista. Se sentía orgullosa de presentarse como Hermana Marista. La visión del Fundador ‘hacer que todo el mundo sea marista’ no era solo un lindo sueño para Colleen, ella lo vivió, lo promovió y lo practicó. Era muy devota de la Virgen María y especialmente del santo Rosario. Para Colleen era muy importante organizar grupos de laicos maristas y allí donde estuvo formó un grupo. Era una mujer de oración y tenía con Dios una relación de hija. Cada día pasaba horas en la capilla.
Tenía el don de la amistad. Le interesaba la gente y sabía sacar gozos y dolores de las personas con quienes hablaba, pero su interés por los demás era para que conociesen a nuestra Madre. Y Colleen se dedicaba a pequeños sermones y dejaba de hacerlos solo cuando la persona que tenía delante le prometía que iba a recorrer a la Bienaventurada Virgen María, que iba a rezar más o que iba a cambiar el rumbo de su vida. Le encantaba estar con la gente. Tocó la vida de muchas personas y muchas tuvieron un impacto en la suya.
A finales de enero, las condiciones de salud de Colleen fueron un golpe para ella y para nosotras. Le diagnosticaron una grave forma de leucemia. Fue una inspiración el cómo supo afrontar la enfermedad. Su aceptación de lo que Dios quería, y su fe en su amor fueron evidentes en cada momento. Aunque esto no le impidió de sufrir, a ratos se sentía invadir por una profunda tristeza al tener que despedirse de sus seres queridos y de sus amistades. Ella sabía bien lo que el futuro le depararía y que sus días terrenales iban a ser breves. Mientras las fuerzas no le abandonaron del todo, Colleen pasó revista a todos sus ‘tesoros’ y los fue distribuyendo con un desprendimiento admirable y con gran generosidad. Empaquetó con la ayuda de algunas personas su ropa y pertenencias y pidió que las llevaran a la oficina de San Vicente de Paúl. Mientras seguía ‘desprendiéndose’ literalmente de todo lo que poseía, seguía irradiando paz y sentido de aceptación. Colleen estuvo muy contenta y agradecida por ser curada en casa, y con la ayuda de Angela Hospice, (que ella había ayudado a iniciar) pudo sentirse a gusto hasta el final.
El 17 de marzo, nuestro párroco, Padre John, dio a Colleen la unción de los enfermos. A pesar de estar sumamente débil, sus labios acompañaron las oraciones que se decían. Los demás días de sus horas sobre la tierra se le vio inundada de una paz aún mayor y las personas que la visitaron se dieron cuenta de que la paz podía tocarse con mano en su cuarto. El 23 de marzo oyó las palabras por las que se había preparado durante toda su vida y que anhelaba oír: “Bien, sierva buena y fiel, ven Colleen, entra en el gozo de tu Señor, con nuestra Bienaventurada Madre que ha sido tu compañera constante en la vida.”
A Colleen su familia, feligreses y amigos y amigas dieron una despedida estupenda. Todas sus sobrinas y sobrinos, con sus esposas y esposos y los miembros de sus familias estuvieron presentes después de haber viajado desde lejos por cielo y por tierra para atender al funeral. El domingo un flujo continuo de gente acudió al tanatorio, cada persona con su propia historia, de cómo Colleen había tocado su vida. Toda la familia de Colleen ha participado en la linda liturgia celebrada por el Padre Joe Hindelang, SM. Asistido por nuestro capellán y tres concelebrantes. Una vez más nuestra parroquia se llenó de amigos y de feligreses quienes vinieron a despedirse por última vez de una Hermana Marista que tanto querían. En un día lluvioso nos fuimos al cementerio del Santo Sepulcro para dejar allí los restos mortales de Colleen para que descansaran entre los de otras Hermanas Maristas.
Cuando empezaron las oraciones finales, el sol irrumpió con sus rayos brillantes como se Colleen nos hubiera enviado su habitual mensaje de gozo. Bajo las notas de la Salve Regina los restos mortales de Colleen empezaron su eterno descanso. Descanse en paz.
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