Maria Gratia Gormley - Irlanda
26/03/1924 - 30/01/2019
Cuando alguien muere, después de una larga vida, nuestra tristeza y nuestro dolor se ven mitigados por la sensación de que, al igual que la Hermana María Gratia, la persona fallecida vivió una larga y fecunda vida. A veces esto lleva a la introspección de nuestra parte: nuestras vidas ¿cómo podrían de alguna manera medirse con la de nuestros queridos seres que nos han dejado?
Y, sin embargo, nuestra sensación de tristeza y dolor son fuertes, independientemente de lo larga o interesante que haya sido la vida de una persona. La persona a la que tanto queríamos, que significaba tanto para nosotros, que arrojaba luz, color y alegría a nuestra vida, nos ha dejado. Todos nosotros aquí reunidos nos sentimos embargados por este sentido de pérdida, de dolor y de tristeza.
Habitados por este dolor, nos volvemos hacia nuestros amigos y hacia la comunidad para que nos den alivio. Podemos confiar siempre en que nuestras hermanas aquí, en nuestra comunidad, nos dan algo especial. Estoy seguro de que la Hermana María Gratia estaría muy contenta con las lecturas que ustedes han elegido para la misa de su funeral. Todos nosotros aquí nos identificamos con María en la frase: “Y comieron Elías, y ella y su casa durante muchos días.” (1 Reyes 17,8-16)
Y más estaría contenta con la segunda lectura donde en la carta de san Juan (1 Jn 3,18) se nos pide que “no amemos de palabra, ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad.” Para María, las palabras contaban muy poco si no se manifestaban en acciones que hablaban desde el corazón. Para mí el ejemplo más perfecto de lo que acabo de decir está en cómo María proclamaba la palabra. María no se limitaba a leer las palabras del misal durante la Eucaristía. No. Las palabras brotaban de su corazón y las proclamaba siempre con pasión: mu en línea con lo que leemos en Hebreos: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que espada de dos filos.” Vemos ecos de su vida también en el Evangelio. La visitación de María a Isabel – como enfermera y partera, María tendría afinidad con la circunstancia, pero mucho más primaba en ella ese espíritu de cuidado compasivo que estuvo siempre tan evidente en su vida.
María era una de los siete hijos nacidos de John y Jane Gormley, de Kiltoom, Athlone, Co Roscommon. ¡Cómo se alegrarían las Hermanas Maristas cuando, en el lejano 1955, la Hermana María profesó, siendo ya una enfermera y partera cualificada! Su trabajo la llevó a muchos lugares, muy distintos, incluyendo Glasgow, Manchester, Raheny y, dos veces, aquí a Carrick-on-Shannon.
En todas partes, María dio muestras de su enorme gusto por la vida, como el entusiasmo que la caracterizaba por la palabra de Dios, vivía la vida y la palabra con la misma pasión. Para ella la vida religiosa no era una forma de obscura piedad, y de ninguna manera era algo alejado de la realidad de la vida.
Como es natural, llevaba a su familia en el corazón: su cuarto aquí estaba lleno de fotos de su querida familia. Iba a menudo de visita a sus familiares y los miembros de su familia venían a menudo a visitarla. La alegría en su rostro en la foto de las bodas de Helen capta bien la esencia de lo que la familia significaba para ella.
Hay que admirar también en ella su sinceridad, a veces algo brutal. Algunos sostienen que era honesta hasta la exageración. María no temía nunca dar su honesta opinión. Sus comentarios procedían de su enorme capacidad de observación. Era agradable estar del lado receptor de su afirmación: pero, nos gustara o no, la crítica también llegaba en igual medida cundo ella pensaba que pudiese aportar algo bueno.
Se mantenía al día a través de la lectura – inclusive sobre cuestiones actuales: a menudo sorprendiendo a la gente con su familiaridad y su dominio sobre las cuestiones políticas de actualidad, el debate público y lo que ocurría en el mundo entero. Una vez que se formaba una opinión, raramente la cambiaba, por el contrario se consolidaba: “esta mujer no se asusta.”
Era una mujer ‘entera’, y llevó este equilibrio a todos los aspectos de la vida. Quizás fuera esto lo que más atraía en ella. Y luego su familiaridad con la condición humana y su aceptación, el darse cuenta de que la realidad y el ideal raramente coinciden. Y esto la llevó a la conclusión de que: ‘aquel que es irreprochable, no tiene vida.”
Hoy, estamos aquí reunidos para decir ‘adiós’ a esta Hermana Marista, a este miembro de su familia: Hermana, tía, o sencillamente amiga – con quien tuvimos la dicha de vivir cerca. Todos nos sentimos enriquecidos por el don de su vida que Dios dio al mundo. Y ahora ese don, María, vuelve a su Padre Celestial.
Que su alma apasionada y dulce nos espere con todos los santos en el Paraíso.
Homilía del Padre Seamus O’Rourke CC,
el día del funeral, 2 de febrero de 2019.
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