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Ann Dineen

Hermanas fallecidas

Ann Dineen - Estados Unidos
23/03/1927 - 22/03/2018

 

Ann era la mayor de los cuatro hijos de Edmund y Margaret Dineen y nació Bruff, Co. Limerick, Irlanda. Con Maudie, su hermana mayor, que vive aún, Ann tenía una muy estrecha relación. Su madre tenía una salud muy endeble, y fue por esto que Ann pasó la mayoría de su infancia y adolescencia con sus parientes, sobre todo con sus abuelos.   

Ann fue alumna de la escuela secundaria regentada por las Hermanas de la Presentación, y mientras estaba allí un grupo de Hermanas misioneras visitó la escuela y habló de su labor misionera. Ann dijo que fue entonces cuando ella se sintió llamada a una vida de servicio. En ese tiempo, las vocaciones en Irlanda eran muy numerosas, y al tener las Hermanas de la Misericordia y de la Presentación más vocaciones que las que podían acoger, una Hermana de la Misericordia con la que Ann habló de su deseo le sugirió que preguntara a las Hermanas Maristas del convento en  Carrick-on-Shannon. No había visto nunca a una Hermana Marista, ni se había encontrado con ninguna de ellas, y menos aún hablado, pero Ann creyó que así como el Espíritu condujo a María, ese mismo Espíritu iba a conducirle a ella también y fue así que tomó su decisión con un generoso ‘SI’. Ann profesó en Carrick-on-Shannon en 1947.

En su homilía el día del funeral de Ann, nuestro capellán Padre John, habló de lo mucho que Ann amaba la liturgia y quería que fuera siempre bien preparada. Liturgia, dijo Padre John, quiere decir servicio público o ministerio, y Ann lo vivió profundamente, con su respuesta a servir en tantos lugares: Irlanda, Inglaterra, Francia, Canadá, México y Estados Unidos. Y de esa misma fuente viene su disponibilidad a servir en diversos ministerios: en un orfelinato, siendo maestra, sacristana, en la pastoral y como coordinadora de la educación religiosa.

Ann fue una maestra excelente y le encantaba trabajar con los adolescentes: sobre todo con las chicas de 10 a 12 años.  Era de muy pequeña: media un metro y 40 centímetro y medio (y no podemos olvidar el medio centímetro), lo cual significaba que muchos estudiantes de su clase eran más altos que ella. En el patio, en clase o en la capilla, a menudo ocurría que alguien se quedara impresionado por el buen comportamiento de una clase que parecía no tener a una profesora, vigilando. Al preguntar dónde estaba la profesora, los estudiantes le decían: “Hermana, póngase de pie”, sabiendo perfectamente que Ann ya lo estaba y así levantada los brazos y proclamaba a gran voz: “Aquí estoy. ¿Acaso no me ven?”.

Ann tenía muchos talentos. En sus años jóvenes, parecía que había nacido para danzar, y tenía una voz excelente, cantaba estupendamente. Ann compartía generosamente sus talentos con los estudiantes. Los padres se quedaban a menudo asombrados viendo despuntar los talentos escondidos de sus hijos que se habían desarrollado bajo la tutela de Ann. A Ann le gustaba mucho el arte también, pero no solamente las bellas artes de la que era dotada. Era una costurera de primera clase y una cocinera excelente, habilidades que ella utilizó mucho en la comunidad y que eran muy apreciada en el diario vivir.

Ann perdió la vista al final de sus setenta años, y esto constituyó una gran cruz para ella. Si bien redujo sus actividades, esto no redujo su capacidad de servicio. Casi al final de sus ochenta años, aun necesitando una lupa o la ayuda de alguien para leer las recetas, cocinaba para la comunidad donde había cinco Hermanas, y le encantaba preparar algo especial para los visitantes.

Ann tenía sed de conocimiento y siempre se mantenía al corriente de los acontecimientos actuales. Cuando su vista le impidió leer, recurrió a libros en cinta y otros servicios para ciegos. Podríamos agregar que Ann estaba ansiosa por impartir su conocimiento y, con frecuencia, enmendó o aumentó la información de otros.

De los muchos ministerios en los que participó Ann, uno era como vice-párroco en una parroquia localizada en una zona que se había vuelto principalmente hispana y musulmana. Fue solo después de su muerte que nos dimos cuenta del valor de su ministerio allí. La efusión de aprecio y tristeza de la gente por su muerte mostró que Ann era una mujer valiente, trabajadora y compasiva, una verdadera Marista. Tenía un corazón para los padres inmigrantes, conversaba con ellos en su propio idioma español y los trataba con respeto; se hizo amiga de los musulmanes y fue un pilar de fortaleza para los feligreses. Su aprecio por Ann fue conmovedor.

 Después de una de las visitas de Ann al hospital en 2017, su médico le recetó fisioterapia en un centro de rehabilitación. En este momento, ella necesitaba oxígeno 24 horas al día. Después del período de terapia, Ann acordó ir al centro de atención que estaba pegado al centro de rehabilitación y allí se quedó por el resto de su vida. Desde el primer momento aceptó su nuevo hogar y su entorno. Era muy consciente del deterioro que estaba ocurriendo en su cuerpo, pero la chispa de su espíritu animado no se desvaneció y continuó viviendo la vida y disfrutando de las actividades del hogar.

En ese traslado al asilo de ancianos y en su disminución, lo que se notó fue el cambio que tuvo lugar en Ann: una verdadera metanoia. No se quejaba de nada, estaba siempre muy agradecida por todo, una aceptación absoluta de su deterioro, una rendición segura de su independencia, y una alegría y cordialidad que eran claras y visibles. Fue realmente un privilegio ver el reflejo de la luz de Cristo en ella a pesar de que se le negaba la luz del día. Una vez más, tuvo un impacto en el personal de enfermería y en los pacientes, y muchos hablaron de cómo los había afectado de manera positiva. Un caballero que visitó a su padre en el hogar de ancianos le dio crédito a Ann por su propio retorno a la práctica de su fe. Participó activamente en el funeral de Ann.

Los preparativos para celebrar el 91º cumpleaños de Ann estaban en curso.  Una tarde, unos días antes de la celebración, Ann, que parecía estar perfectamente bien, llamó por teléfono y dijo que no creía que llegaría a su fiesta. A la mañana siguiente, sabíamos que su predicción era cierta. Nuestro párroco fue a darle la unción de los enfermos. La voz de Ann era normal y Ann respondió a todo y le agradeció al Padre John por venir. En menos de una hora, Ann entró en coma y desde ese momento seguimos vigilándola. Ya no habló, mientras estuvo consciente casi hasta el final. En la víspera de su 91 cumpleaños (o tal vez era su verdadero cumpleaños, la fecha de su nacimiento no estaba clara), en el resplandor del cielo, Ann celebró su cumpleaños con Jesús, su Luz y su Guía, a quien siguió y sirvió fielmente. Ahora, con su familia y con las Hermanas Maristas que la precedieron, vive en la luz gracias a la cual nunca más volverá a experimentar la oscuridad.

La sobrina de Ann, Sally, vino de Irlanda para el funeral. Como de costumbre, nuestros feligreses vinieron muy numerosos al tanatorio y asistieron al funeral. En la iglesia de St.  Bernabé, la misa fue celebrada por el Padre Joe Hindelang SM y otros cinco sacerdotes. Nuestro párroco, el padre John, pronunció la homilía con anécdotas que nos divertían y que hubieran inspirado la sonrisa de la propia Ann. En una tarde luminosa y soleada, con un ligero viento de marzo soplando, colocamos a Ann a descansar en el Santo Sepulcro.

¡Ahora puedes disfrutar la Luz de la Vida, Ann!

Gracias por tu vida y ¡te echaremos de menos!

                                                                                                         Constance Dodd

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