Nicolas Ferry - Francia
14/02/1927 - 19/02/2018
Voy a releer brevemente su itinerario de 91 años, con el intento de destacar las riquezas de su personalidad y la calidad de su fe hasta los últimos días de su vida.
La Hermana Nicolas había nacido el 14 de febrero de 1927 en París. Era la última de una familia de 4 hermanos, la última en morir. Era profundo su apego, yo diría su devoción, a su familia y a sus orígenes. ¿Quién no la oyó hablar de la Avenue de Breteuil, en París, de Maisonville en Lorraine, Bazouges o de su exilio en Saint Etienne durante la guerra de 39-40? Una de sus grandes preocupaciones fue no dejar que se perdiera la memoria de sus antepasados. Se había impuesto como un deber transmitir sus documentos a sus sobrinos y sobrinas.
Antoinette no estudió mucho tiempo. « No soy una intelectual », solía repetir a menudo, comparándose con gusto con sus hermanos y su hermana. Se encontraba más a gusto cumpliendo actividades de escoutismo. Y fue allí donde, sin duda, Antoinette desarrolló su fuerte sentido de servicio. Siempre dispuesta a socorrer a alguien. A los 18 años sacó el carnet de conducir. Participó activamente en la acogida de los presos de guerra cuando volvieron a Francia en 1945. Luego, de 1945 a 1948, trató de buscar su camino en muchos compromisos sucesivos siempre en el ámbito social.
En 1948 fue a llamar a la puerta del Noviciado de las Hermanas Maristas, que había conocido durante su sexto años de estudios en Rond-Point à Saint-Etienne. Esta decisión sorprendió su entorno, sobre todo porque en esos tiempos la Congregación ¡era semi-contemplativa! Su madre decía a todos que Antoinette volvería a casa en quince días. Hay que reconocer que el estar parada no era lo que más prefería. Cuentan de ella que era incapaz de quedarse sentada durante las horas de curso de la Maestra de Novicias. Sin embargo, no 15 días sino 70 años nuestros Hermana Nicolas vivió como Hermana Marista, 70 años durante los cuales dio libre curso a su creatividad y su generosidad.
De 1952 a 1961: enseñó en las clases primarias de nuestra escuela Notre-Dame des Bruyères en Bélgica, donde recién llegada montó una orquesta con sus alumnas. Después de unas breves estadías en Saint Etienne y luego en Cours Fénelon, la enviaron a Val d’Oise, ¡donde se quedó 46 años! Tras obtener un diploma, ejerció de enfermera hasta 2010. Se entiende por qué muchas personas de esos lares ¡la quieren tanto! La Hermana Nicolás era una mujer fiel; mantenía la relación con todas las personas con quienes había creado lazos de amistad. Tras su muerte, muchas personas nos han llamado por teléfono.
El cierre de nuestra comunidad de Saint-Prix fue un golpe para ella porque fue necesario no solo dejar a los enfermos, a los numerosos amigos, sino porque había que abandonar también el parque del que se ocupaba la Hermana Nicolas con la ayuda de su ¡legendario tractor! Había asimismo la orquesta del Parisis de la que era miembro.
Afortunadamente, aunque fuera necesario abandonar este paraíso terrenal de Saint-Prix, existía otro que le iba como un guante. « ¡Hombre libre, tú querrás siempre la mar! » dice el poeta. Con valor, pues, y con dos otras Hermanas de la comunidad de Saint-Prix ella hizo las maletas para llegar a Toulon, sin olvidar sus herramientas y la jaula de los pájaros… que hicieron el viaje en el famoso carro ‘clio’. Su sobrina recuerda las paradas en la autopista para dar de beber a los pájaros…
Mujer de relación y siempre dispuesta a afrontar los retos, nuestra Hermana Nicolas desplegó de nuevo todos sus talentos de ‘hada artesana’, de artista, de música, de asistenta social… en los ocho años que estuvo allí fue tejiendo nuevos lazos sólidos en su nuevo y último lugar de vida. Pronto encontró su lugar en Cours Fénelon, en la parroquia Saint Paul, en su nueva orquesta, en su comunidad de la playa…
Al final del verano tuvo que afrontar un nuevo y último desafío, el día en que el médico le dijo que tenía un cáncer incurable. Pensando que había vivido lo suficiente, decidió de no someterse a sesiones de quimio que habrían podido prolongar su vida. Pero su decisión no fue en absoluto una capitulación. Por el contrario, como muchos lo han reconocido, es una lección de vida, de audacia y de fe la que nos dio la Hermana Nicolas hasta el fin. Había entregado su vida al Señor, y estaba dispuesta a darla hasta el fin, pero no tenía prisas y estaba bien decidida a continuar viviendo a través de sus diversas actividades. Y esto hizo con el apoyo de nuestra comunidad y de sus numerosos amigos, como por ejemplo Georges que la acompañaba en coche a los ensayos de la orquesta.
Y supo encontrar su lugar en su último rincón de vida, el hospital Santa Ana, su alegría, su entusiasmo no desvanecieron nunca. Las enfermeras apreciaban a esta enferma que no se quejaba nunca y que, por el contrario, era siempre dispuesta a bromear. Sus visitantes guardan el recuerdo de los buenos momentos pasados con ellas, sobre todo el día de su cumpleaños, cuando nos cantó por última vez su tirolesa añadiendo: « me la enseñó mamá »
Hoy podemos dar las gracias a la Hermana Nicolas por habernos mostrado el camino de la confianza y del abandono a la voluntad de Dios, el camino de la fraternidad con todos y, en particular, con aquellos que se encuentran en la necesidad y en el dolor.
Iglesia Saint Paul, 23 de febrero de 2018
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